A veces hay que cantar. Da igual si bien o mal. Lo importante no es saberse la letra, ni el ritmo, ni tan siquiera afinar. Lo importante es sentir la canción en los pulmones, dejar que recorra todo el cuerpo desde la punta del cabello a la de los pies. Dejar que erice el vello, que te haga entrecerrar los ojos de placer y que dibuje en tus labios una sonrisa. Los pies se moverán solos, al igual que los brazos. Tal vez incluso los dedos se unan a ese ritmo desenfrenado.
A veces, la vida se transforma en un canto. Y a veces hay que decidir subirse al escenario. Tal vez hagas el ridículo, cierto... Pero el ridículo merece la pena si luego aporta tanto.
A veces, la vida se transforma en un canto. Y a veces hay que decidir subirse al escenario. Tal vez hagas el ridículo, cierto... Pero el ridículo merece la pena si luego aporta tanto.
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