Hoy, tocando la guitarra, buscando entre las partituras, he encontrado la primera canción que toqué en un concierto. Estaba llena de anotaciones, de notas marcadas para que mis dedos no se equivocaran y mi mente no se dispersara en los momentos más difíciles. Y, sin embargo, cometí errores esa primera vez. Y la segunda y la tercera.
Mi cabeza graba a fuego cada equivocación que cometo. Cada metedura de pata vuelve cada cierto tiempo a recordarme que no valgo gran cosa, que apenas soy alguien del montón.
Sin embargo, al ver la partitura, he recordado algo más. Una frase que me dijo mi profesor en su momento, y que había sido sepultada por el paso del tiempo.
Si te equivocas, sigue adelante. No importa que el error sea grande, tú sigue tocando. Al final, la gente lo olvidará; son las notas que has tocado bien son las que realmente llegan al alma y se recuerdan.
Y tenía razón. Lo mejor es que no solo ocurre con los sonidos, sino también con la mayor parte de las equivocaciones que cometemos. Muy grande tiene que ser un error para destruir toda una canción. Si nos paramos en él es cuando estamos perdidos.
No hay que dejar que la melodía muera.
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