PERDIDA
Últimamente no hago más que escribir de la necesidad de encontrarme. Pero... ¿acaso estoy perdida? ¿No estoy aquí, ahí, en el presente? ¿No soy capaz de ver a mi yo de carne y a mi yo del espejo?
Mi yo del espejo... A veces no le reconozco. No es que no vea en sus cabellos los míos, o que no sepa encontrar el lunar que hay encima de sus labios y de los míos. No es que no mire su cuello, ni sus pequeños senos, ni su abdomen o sus piernas. No, no es eso. Veo la piel, percibo los músculos, encuentro los huesos. Los órganos siguen funcionando en mi interior como una máquina bien engrasada, empañando el espejo y llenando el cuarto con el ruido de los latido de mi corazón o con el rugir de mis tripas.
Y sin embargo... sin embargo, esa no soy yo. NO SOY YO.
Pero no sé quién es. Porque tampoco puedo negar que soy yo. No es que alguien haya tomado prestado mi cuerpo. No, no es eso. Es más bien como si hubieran cogido mi alma y la estuvieran moldeando entre sus manos, como arcilla en manos del alfarero... ¿Quién es el alfarero en mi caso? ¿El tiempo? ¿La experiencia?
No lo entiendo. Me siento perdida. Perdida, en el momento en el que pensaba que al fin había logrado encontrarme... Estoy anhelante por saber lo que hay más allá del camino, pero también asustada de no poder volver a encontrarme.
Necesito un faro, una cuerda, algo a lo que me pueda aferrar. Mientras tanto, solo puedo hacer una cosa: seguir adelante.
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