¡Hola!,
Aunque en esta ocasión he decidido que, por norma general no voy a presentar las entradas, creo que este relato sí merece un contexto. No sé si habéis visto "La ventana indiscreta" (si no, vedla), pero este relato es un pequeño homenaje a un personaje que, al ver por primera vez la película, me llegó al alma. Fue entonces cuando supe que tenía que escribir algo sobre ella.
Espero que os guste.
Corazón roto
Dos cubiertos puestos pulcramente sobre la mesa. Unos
platos recién sacados del lavavajillas que todavía conservaban ese calor
artificial. Una botella de vino del bueno. La cocina llena del aroma de la
comida recién hecha.
La dama coloca una vela en el cuadro y la enciende con mimo.
Comprueba que todo esté perfecto: la mesa, las sillas, los cubiertos, los
platos, la comida, ella.
Qué pena que siempre falte el mismo elemento en el cuadro.
Su corazón late, po-pom, po-pom. Es un ritmo vertiginoso,
fruto de la voz de la esperanza. Jamás logrará callarla. Siempre está ahí para
susurrar que veinticuatro horas es mucho tiempo, que puede que vuelva a su
lado.
Ja. Ja. Ja.
Es la voz de su mente la que se ríe en cada ocasión. Eres tonta, le dice, tonta de verdad. Él se marchó lejos, huyó de
ti y con razón. ¿Por qué iba a volver sobre sus pasos?
La mujer huele la comida, la prueba. Está perfecta. La echa
en un plato, después en el otro. Se sienta, con cuidado de no arrugar el
vestido elegante que lleva.
Sonríe a la nada. Y ríe al aire. ¡Es una maravillosa
pantomima, una verdadera obra de teatro al otro lado de la ventana!
Lástima que no sea una obra. Lástima que la dama no sea una actriz recitando un guion.
Se derrumba a la segunda frase. El maquillaje le recorre el
rostro, las lágrimas rompen esa máscara que se había creado, mientras la comida
se queda fría en los platos.
Mientras, nuestra dama desearía poder penetrar en su pecho
para sacarse el corazón, ese órgano roto en mil pedazos desde hace demasiado
tiempo.
Mujer tonta,
vuelve a reírse el cerebro. Soy yo el
dueño de tus sentimientos. Abre tu esternón, saca a tu corazón, pero no te
engañes: soy yo el señor de tu dolor.
La señorita Corazón Roto coge entonces la botella de vino
cara. No, más bien la agarra, como si fuera un arma. Tal vez lo sea.
Entonces acabaré
contigo, susurra.
Y bebe. Un trago, dos, infinitos. Su mente sigue riéndose,
diciendo cosas cada vez más inconexas hasta que se desvanecen.
Pero la soledad sigue ahí, haciéndole compañía.
Al fin y al cabo, es su única
compañía.
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